Aquella noche estuvimos tomando unas copas primero, unas miradas después, y unas risas al final. Descubrí que soy malísimo jugando al billar, pero qué importaba, no miraba sino más allá de la lona. Tú eras quien me tenía embobado. Pese a que me decías que te planteabas volar lejos.
Nos contamos como éramos. Nos gustábamos, o eso creía yo. Creía ver en tus ojos un brillo especial que no veo en algunas amigas. Supongo que fue eso lo que me hizo zozobrar más tarde.
Cuando me acariciaste la mano casi sin querer se confirmaron mis sospechas. Estaba bastante colado por ti, pero no pensaba demostrártelo. No quería que pinchases el globo de la ilusión.
Acabamos en la cama, y fue genial. Recuerdo una frase estupenda: no hay prisa, tenemos toda la noche.
Al día siguiente yo tenía que irme del país por un tiempo. Podías ( y puedes) llegar a mí de varias formas, solo era cuestión de proponérselo, pero no. Quién me iba a decir a mí que sí, que tenías razón, que esa era toda, y la única, noche que teníamos. Desde entonces, nos hemos empeñado en tenernos solo en sueños.
Menuda mierda, estos amores modernos.
1 comentario:
A Sergio Pérez le gusta esto.
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