Marco conoce a Psique desde hace varios veranos.
Cada vez que se ven se buscan con los enormes ojos, se gustan, se atraen. Se seducen durante gran parte de la noche, perdiendo tiempo, puesto que ambos conocen sus sensaciones. Acaban dándose besos intrépidos bajo las luces de las discotecas, sabiendo a alcohol mojado. Pasan un tiempo inigualable juntos, la magia reverbera, se rodean de un aura. Pero nunca explota la supernova.
Y miran al cielo, donde vuelan las cometas y las estrellas lucen, y desean que se acabe el mundo en ese instante. Pero los fines de semana veraniegos llegan a su fin, y el trabajo semanal acecha. Y la fiesta acaba. Y la memoria cambia de bando.
Psique es coqueta y esbelta. Psique sabe jugar sus cartas. Psique no da muchas señales de vida entre temporadas, por eso Marco se ha acostumbrado a buscarse otros menesteres que no le amarguen el alma. En el fondo sabe que Psique nunca le perdonará deslices pasados y erróneos.
Marco tiene una sonrisa de oreja a oreja, caja de marfil perfecta, simula que no ocurre nada; pero en el fondo, quiere dar un paso más y ver qué puede pasar con Psique. Marco es guapísimo, y hay muchas chicas que lo desean, pero Marco teme olvidar a Psique para siempre, que la nueva magia sea más hechicera. Se distrae con pequeños trucos de azahar y de zarzuela madrileña.
Psique es provocadora, es gatuna, y sabe que lo tiene bajo el brazo si despliega su arsenal, por lo que estación tras estación busca a Marco por apetencia, busca la magia de la noche y la fiesta, y al final el deseo casi nunca se contiene. Un poco sí, nunca del todo. Aunque Marco esté distraído en otros acentos, no sabe decir que no, se afeita las patillas, se come las eses, y se enfrenta de nuevo a las oportunidades perdidas.
Marco lleva ya demasiado vino esta noche, y es imposible dominar a la pupila. No puede quitar ojo a la falda corta de Psique, le vuelve loco esa pierna eterna terminando en un trozo de tela que arrancaría a bocados. Le encantaría pasar esta noche con ella, lo ansía, abrazarla también por dentro, dejarle los tirantes de su amor clavados en la piel. Hoy Psique mira la agenda, decide que el telón se cierra, y se queda dormida antes de la hora bruja. No, hoy tampoco es el día. Las noches eléctricas pronto acabarán.
Y cuando duerme, muy cansada, Marco, le canta, le susurra, una bella canción:
con esos ojitos me haría un paraguas, que no me lloviera más que tus miradas. Mientras duermas sola en tu cama rala, que no me despierten sino tus mañanas. ...y yo sin ti no soy, no hay nada, sin ti ya no, no habrá, no hay nada sin ti. Rozaste mi día con dedos de aguja, con hebras de hilo, con veranos muertos. Y en ese día, tus historias grises y ciegas me enseñaron que cada segundo es una astilla. ...y yo sin ti no soy, no hay nada,
sin ti ya no, no habrá, no hay nada sin ti.