lunes, 17 de mayo de 2010

Llenando maletas de magia

Como acostumbro, el día anterior a un viaje de trabajo me encontraba insoportable. Era viernes, y, lejos de ser el día más relajado de los laborables, había estado hasta tarde en la oficina ultimando detalles que estaban pendientes.

Antes de volver a casa desvié la ruta a echar un café alemán necesario para calmar un poco la tarde aciaga. Me hizo efecto, la charla me quitó el semblante adusto. Pero la verdadera sonrisa salió a relucir en forma de sorpresa al llegar a casa: abrí el buzón con la desgana habitual de quien espera una carta del banco o de tu centro de telefonía más cercano, y lo que encontré fue una agradable manualidad de las de antaño (puto correo electrónico que rompe la magia).


Pasé un largo rato disfrutando del libro y las letras que había allí dentro hasta que ya no pude demorar más la preparación de la maleta. Mientras la hacía eché manos del nuevo disco de CocoRosie para ambientar la estancia, me lo pidió el cuerpo. Curiosamente, mientras sonaba Lemonade llegó una cena variada preparada por una de las chicas que más feliz me hace últimamente. Tenerla al lado es un lujo del que me vanaglorio casi a diario.

Luego vinieron varios vídeos, varias fotos, varias sensaciones. Y llenar la maleta de ropa que me enmascarará durante dos semanas, aderezada con accesorios que sí dicen quien soy yo: 3 discos, 3 libros, y 3 películas. Llegó un punto en que necesité desconectar de todo aquello, necesitaba calmar mis ideas y clarificar conceptos, ese día estaba infinitamente caprichoso. Ya se conoce el lema: primero el deber, luego el placer.

A medida que el día se había desarrollando yo había empezado a intuir que esa noche iba a ser distinta. Cuatro horas después me fui rumbo a México con el cuerpo resfriado, tosiendo flemas de alegría.