martes, 12 de octubre de 2010

Sábado noche en Chueca

Christian salió aquel sábado noche a un nuevo bar de ambiente, ya que estaba aburrido de las relaciones viciosas que encontraba en los que solía frecuentar. La noche discurría bastante aburrida, sin embargo cuando apareció él todo cambió.

Óscar era guapísimo y lucía un bronceado envidiable. Llevaba vaqueros ceñidos y una camiseta blanca de pico que dejaba entrever unos pectorales marcados. Christian no podía dejar de mirarlo, estaba fascinado, e hizo a sus amigos comunes que se lo presentaran. El grupo entero se movieron hasta la esquina más alejada de la entrada y allí Christian pasó una noche inolvidable: bebió, rió, bailó hasta la extenuación buscando a Óscar la mayoría del tiempo, y dejándose seducir por él y por la falta de luz de la sala oscura. Se rozaban, se comían con la mirada. El fuego interno que desprendían podría haber destruido aquel lugar.

Después de varias copas y algún local más, Óscar y Christian decidieron esconderse de la muchedumbre, se fugaron por callejones oscuros y acabaron llenando un pequeño coche de todo su apetito carnal. Se desnudaron con ansia, se lamieron con furia y se dispusieron a hacer el amor ávidos de deseo.


- Quiero tener sexo anal contigo ya, Christian – dijo Óscar, y se fue a sentar sobre él, de espaldas, pero Christian no le dejó. Mientras Óscar se sorprendía, matizó:

- No te lo tomes a mal. Verás, tienes el culo más increíble que he visto en años, pero prefiero que te des la vuelta. Hoy quiero verte la cara y que me beses todo el rato.

El alba los pilló aún con los cristales empañados y la respiración descompasada. Se besaron mucho más, siguieron palpando sus cuerpos al detalle para no olvidarlos durante los días que quizá no se verían y, finalmente, Christian llevó a Óscar a su casa. Se despidieron con ánimos de llamarse al día siguiente ya que ambos habían pasado una velada irrepetible.


Nunca más volvieron a verse.



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