jueves, 7 de abril de 2011

He pasado mucha hambre (sed) en mi vida

¿Y qué es el arte moderno?
Me preguntas, mientras clavas tu pupila verdosa en mi pupila
¿Y tú me lo preguntas?
El arte moderno es como una mierda pinchada en un palo seco, pero al revés.

Mira que lo intento, voy a exposiciones, galerías de arte y demás, pero es que me cuesta... Empiezo por el principio:

Deambulaba ayer por la tarde por mi Cluj (Rumanía) de adopción en aras de conocer la ciudad a base de pateármela, y tras haberme asistido 5 minutos a misa en rumano y haber comprado un par de cosas con posibilidad cero de comunicación (¡éxito!), observo que numerosos señores con pinta de bohemios soñadores se acercan justo al lado del sitio en el que yo estaba escudriñando detalles, dentro de una bucólica plaza con el cartel de una bienal de arquitectura.


Me acerco un poco, con cautela (le tengo prometido a mi madre no meterme en líos ( ¡sin éxito!) y veo que se trata, al parecer, de una exposición de pinturas bastante dispar. Decido que no tengo el coño para fiestas, y me doy la vuelta con la intención de irme, justo cuando descubro una mesa la mar de bonica llena de copas vacías, un señor y 4 ó 5 botellas de tinto y más tarde 2 botellas más de lo que posteriormente llamaría (yo) como dichoso licor maldito qué bueno estaba y como se sube.


Me armo de valor (si han entrado varios viejunos y, al menos, un par de niñas monas ahí no puede pasar nada malo), me doy la vuelta y empujo la puerta. Una mesa como recepción con los panfletos de los dos artistas de la obra. Alzo la vista, y ¡voilá! La primera en la frente: una pintura que se hace en 5 minutos de reloj suizo. Esto lo pinta fácilmente mi sobrino Íker (de un año y poco).


Me encuentro una primera sala sin gente (número 4), ando un poco mirando de soslayo a las pinturas sobre los lienzos de papel marrón a velocidad de vértigo, y me detengo en una que se llama Eva.


Si Eva está por ahí, Adán debe andar cerca. Intento buscarlo mientras topo con otras obras del otro artista (número 2) que no tienen nada que ver con el primero. Éstas me molan, los colores, los trazos, las ideas mejor definidas. También topo con un viaje de gente (número 1) que está escuchando atónita a los dos artistas hablar de lo suyo.


Ya que me voy a poner tibio de vino, intento al menos hacer el papel de que me interesa todo muchísimo. Desconozco el rumano, así que asiento mecánicamente de vez en cuando, sonrío cuando la gente lo hace, hecho fotos como buen fan del artisteo y aplaudo cuando terminan de hablar todos (educado que lo hicieron a uno). Me sorprende, dentro de mi exquisita sobriedad mental, que se cumplan todos los clichés en los artistas modernos: o gays, o excesivamente suntuosos. Aquí tenemos un señor con unas botas que le llegan a la rodilla por encima de los pantalones y al otro recién salido de un desfile de Channel. Unan con flechas ustedes mismos.


También me sorprende esta señora. Por su porte escuálida y su ropa ancha (sus numerosas prendas), su poca afición a la ducha, que había cogido 7 panfletos repetidos, que lleva un gorro parecido al que se ponía mi madre para el campo, y, sobre todo, por su mirada llorosa y de cristal.


Después de 13 minutos insufribles, termina todo y sale todo el mundo a tropel para afuera (no se puede tener más gana de tomar un vino gratis). En el momento en que la sala se queda vacía me encuentro con Adán. De Adán decir simplemente que el señor de las botas de cuello vuelto se habrá inspirado en Nacho Vidal por lo menos.


Los pocos que quedamos ya dentro salimos en comandita directos a la mesa de los tibios licores (a quien le importa el arte ahora), me tomo un par de temas que me ponen de lo mío, me quedo mirando a dos chicas que también me miran curiosas (pero ni yo soy Bardem ni ellas son Johansson ni Hall), pero me aburren, así que me pido un rico licor blanco, me pongo a sonreir a las viejas y a mirar a los cuadros de vez en cuando (cada vez los entiendo menos) y al rato me voy al hotel más a gusto que un arbusto (un poco chispeante) cuando se hacía de noche. Por cierto, justo enfrente de mi hotel rumano transilvano hay un cementerio (qué recuerdos de la serie de los vampiros de pequeño donde le entra uno por la ventana a un niño, de noche), pero esto lo cuento otro día.

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