Se fue.
Después de tantas cosas compartidas, de tantas veces quedarse dormida sobre mí en el sofá, de tantas comidas juntos, de acurrucarse sobre mí en la cama, de susurrarme, de morderme cuando se enfadaba, de ponerme ojassos, se fue.
Mi bestia se ha tenido que ir. O mejor dicho, yo provoqué su marcha.
Pero no paro de llamarla cuando cae la noche. La echo terriblemente de menos. Y lloro, muchas veces.
Te sigo echando de menos. Cada día más.