La semana pasada tuve la ocasión (y la suerte de conocer a Bernardo), y ardo en deseos de encontrar donde esté publicado su libro para comprarlo. Una pizca:
Mi primera lectura de “Las venas abiertas de América Latina” en el 2001
(la contraportada dice que no ha perdido actualidad, es un consuelo),
mi primera moto con 30 años,
mi primer libro de poemas publicado cerca ya de los 50,
mi primer nudismo hace unos días,
mi primera ración de autoconocimiento ahora que ya hay poco remedio.
Pero con estas pequeñeces
mi libertad se fue agrandando,
mi conciencia concretando la injusticia,
mi deseo convergiendo en lo importante,
mi praxis caminando.
Al revés que mis coetáneos,
cuando ellos andaban de movida fumando chicas y sodomizando grifa
yo estudiaba con mi novia formal los fines de semana.
Cuando abjuraron de todo su pasado y rompieron la baraja
yo empecé a gritar amnistía y libertad y seguía barajando.
Daba pasos para ensanchar el camino a la justicia,
pero decían que era un clásico.
Cuando ellos andan, ahora, con sus trajes de Armani felizmente divorciados
al frente de una consultora o a salario
y se reconstruyen a imagen y semejanza de ídolos caducos,
buscando barajar ases marcados,
yo sigo con la misma novia tratando de afianzarme como clásico.
Cuando compulsivos-obsesivos, consumen superficies,
yo, racional y austeramente, trato de dilucidar cuestiones medulares.
Cuando a los cuarenta se repliegan, yo me expando.
Bernardo Santos
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