Anoche soñé de nuevo con ese paisaje bucólico que se repite eventualmente en mi vida narcótica. En ese sueño, a veces, aparece ella, se deja ver, se deja seducir, me deja disfrutar de sus formas, me despereza el alma.
La musa.
Anoche decidió aparecer. Tan bella como la recordaba, con esos cabellos largos mecidos por el viento y esa mirada punzante. Se acercó, y me pidió que la acompañase. Todo sucedió de forma perfecta entre los dos. Correteábamos por calles imposibles, tomábamos imposibles combinados de jugos minerales, descansábamos mirándonos a los ojos, hacíamos manitas.
Pasaba el tiempo. La musa parecía que se iba, se desvanecía, la musa se quedaba, se hacía carnal. Ser intermitente, me embelesaba.
Después de una noche de amor gloriosa, no pude sino quedarme ensimismado en su contorno, en ella, mientras se recostaba e intentaba descansar. Mientras yacía repasé su cuerpo con mis manos temblorosas entretanto que le volvía a susurrar las palabras más bonitas que tenía para un ser tan especial, aunque ella no las oía; ya había saltado a otro sueño más profundo. Al tiempo, agotado de ser tan feliz, yo también caí ante Morfeo.
Desperté bajo el atropello de la alarma del móvil. Maldita rutina que me hacía volver al hastío. Ahora miro el reloj continuamente, en aras de que llegue la noche, que llegue una noche en la que soñar de nuevo con ella, si es que quiere aparecerse.