viernes, 22 de agosto de 2014

Ridowski

Ahora, cuando termino de almorzar algo, por muy frugal y poco variado que sea, tomo como postre un café. De máquina, exprés, aplicándome una prisa que no tengo. En ocasiones incluso repito, inyectándome cafeína y azúcar a raudales con el ilusiorio objetivo de ponerme a crear.

Me despierto muy tarde, siempre después del mediodía. No encuentro ninguna razón para amanecer antes, y la sensación de desidia se mantiene durante horas. Algo me oprime el pecho, entre el corazón y el estómago, un pequeño cáncer ahogado.

Soy alcohólico. Encadeno una botella de vino tras otra en la penumbra de mi alcoba. Fumo cigarrillos de liar a medida que voy vaciando sorbo a sorbo el líquido fresco bajo el vidrio verdoso. La mezcla me excita, me divierte y me entretiene a partes iguales.

Salgo con mujeres que no me convienen. Dejo que abusen de mi maltrecho cuerpo e intento abusar yo del suyo. Echamos un polvo fatuo en callejones oscuros bajo el humo que desprende un viejo bar, ensordecidos por un volumen mediocre de una música aún más anodina.

Soy como uno de esos escritores malditos. Solo que ellos sí escriben.