Te tenía ganas.
Llevaba varias semanas observándote, tus gestos, tus miradas, tus muecas. Siempre he sido una persona simple, alguien que ante cualquier pequeño y nimio detalle acaba fascinado. Me obnubilaba que me contases tus miedos, tus deseos, tu aversión al azahar, tus ganas de viajar, y tu predisposición a venirte conmigo a alguno de mis viajes de trabajo.
Se dice que el roce hace el cariño, y a base de coincidir contigo más y más empecé a desearte. Me puse como límite aquel viernes, era el día X, no podía dejar pasar más tiempo, la perdiz estaba más que mareada. Los temas musicales, los bailes y sus contoneos y las cervezas hicieron el trabajo oculto.
Y al final me dejé llevar. Por fin solté la brida que me apresaba. Salté el trampolín de mi desconfianza, hice un carpado, doble tirabuzón, y entrada perfecta al agua.
No te pillaba de sorpresa. Tú también me tenías ganas. Los arañazos de mi espalda lo demuestran.