Ayer hice de nuevo, por fin, cuánto tiempo, una locura por amor.
El miércoles echaron Los girasoles ciegos en el cine de la Diputación, y claro, ¡la compañía de una chica siempre se agradece! Estuvimos charlando gran parte de la noche, la película no era lo más importante. La acompañé a casa, y antes de despedirme, le dije que había sido una noche increíble.
Al llegar a casa no podía dejar de pensar en ella. Y tampoco en su última frase: “El lunes empiezo a trabajar en Madrid. Me voy el viernes”. Como estaba insomne (como de costumbre), se me ocurrió una cosa: me puse a fotocopiar las entradas del cine, y le escribí unas breves letras donde le decía grosso modo que era una pena no haber conocido más lo estupenda chica que era.
El viernes, al salir del trabajo, y después de hacer 20 copias de dicho folio, exacto número de latidos que tenía yo por segundo, me dirigí a la zona donde vive, fiso en mano, tijeras en ristre, y empapelé la calle entera con todo el amor que me cabía en el pecho.
Sé que sonrió cuando lo vio, estoy seguro. Ahora no dejo de mirar las antenas: solo espero que el móvil empiece a sonar…
Todo esto me lo contó Mogli ayer. Y yo no puedo sentir sino envidia y nostalgia.