miércoles, 23 de marzo de 2011

Noches de blanco satén

Tú no lo sabías, pero sin apenas hacer nada, ya me encantabas. Me encantaba tu forma de sonreír, me encantaba tu capacidad de sorpresa al escucharme, me encantaba como andabas a mi lado, me encantaba como me mirabas, con esos ojos caídos.

Esa noche salimos a tomar algo casi en secreto, como dos quinceañeros que empiezan a tontear. Esa noche estabas guapísima, con ese vestido blanco espectacular. Un escote de vértigo me invitaba a asomarme al atractivo acantilado, a que la locura quisiese al abismo más que siempre. Unos ojos muy perfilados que me clavaban a la silla. Tu pelo, ondulado, salvaje...

Salimos de tapas, con la maldad de acompañarlas de una cerveza muy fría, idónea para empezar a perder el control. Quería que me invitases a tu casa, esa casa que quería recordar por mucho tiempo, ese dulce edén donde yacer abrazados durante algunas horas, reír, hacer travesuras que ya quisiese la niña mala… hasta que las manecillas del reloj nos hiciesen volver sobre nuestros pasos y casi a la realidad de la indiferencia.

Te despedí. Despeinada y somnolienta. No podías estar más guapa.

Al llegar a casa, me mandaste un mensaje. No decía gran cosa, pero me lo mandaste, sin saber qué pensaría del mismo. No sabías que me acababa de enamorar de ti.


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