lunes, 6 de junio de 2011

Vane, madre

Vane siempre quiso tener un hijo, desde que jugaba con muñecas. Por eso siempre se comportó como una adulta. Por eso era distinta a las demás.

Ahora que es el momento, lo intena casi a diario. Y, en ocasiones, se desespera, porque no llega. Y se estresa, porque no ve el momento. Y se enfada, por las injusticias de la vida.

De lo que no se acuerda entonces es que lo que importa, que es encontrar al padre perfecto para el bebé, ya lo tiene. Lo que ella anhelaba: alguien divertido, protector, cabal, altruista. Si Vane se centrase en disfrutar de ello, todo lo demás quizá sería secundario.

Día tras día, por la mañana cuando se queda sola en casa, Vane se cambia de ropa y se mira al espejo, se pone un cojín, hace posturas y, en ese momento, piensa, razona, y echa a reír. Probablemente se da cuenta que para poder aprender un lenguaje, mejor que comprarte un diccionario tienes que encontrar a alguien que te quiera enseñar.

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