Y no solo lo nota él, sino que el resto de seres que cohabitamos notamos un vacío palpable, agotador, casi doloroso. Sus sentidos desarrollados hacen que note más tu destierro. No puede olerte, no puede acariciarte, ni besarte, ni mimarte.
De noche es mucho más acusado si cabe. No se oye el eco de tus risas reverberar sobre las esquinas coloridas de mi habitación. La cocina no huele a hogar, ni las luces cálidas de tus aposentos reflejan tu sombra en las paredes del pasillo. Él lo nota, y corre enfurecido sin rumbo definido. Chilla y vuelve a chillar una y otra vez tu nombre, clamando que aparezcas.
Vomita con tal intensidad que le salen hasta chapetas. Llora. Araña si alguien se pone a tiro. Mira con su ensayada expresión triste y lánguida, pidiendo clemencia.
Vuelve pronto, Viejuno te echa horriblemente de menos, y no es el único.
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