Llegué del viaje de avión agotado. Hice el check-in, deshice la maleta, me di una ducha tibia, y ni siquiera me dio tiempo a ver la película que elegí; caí dormido profundamente a los pocos instantes.
Amanecí tempranísimo. Era mi primer día en Perú. Retocé un par de horas pero a las 7 ya estaba harto de las arrugas individuales de las sábanas. Desayuné frugalmente un poco de fruta, y subí de nuevo a la habitación. Me lavé los dientes, me puse ropa de deporte y decidí subir al gimnasio.
Observar como se despierta Lima desde una 11ª planta con la pared frontal acristalada y sudando a chorros mientras sonaban los remixes del nuevo disco de Interpol, Not even jail y Public pervert, Sjonarspil de Rökkurró y Good lovin' de Richard Ashcroft es un recuerdo triste que no olvidaré. Los taxistas pitaban, los comercios empezaban a abrir, las nubes cada vez eran más grises en esta ciudad donde nunca sale el sol en invierno. Allí me hallaba, solo, insomne, dando saltos a la comba y haciendo elíptica. Mis pensamientos saltaban de un lado para otro, paralelamente a mis piernas. Qué sacrificado es viajar solo, me dije. Estaba totalmente perdido. Lost in translation.
Todo el mundo me diría qué suerte la mía por andar de viaje de nuevo. Pero hay momentos que no son divertidos, que desearías estar en casa, que te gustaría tener un hogar con lumbre. Momentos que no salen en Facebook.
Empezó a sonar Apparat - Fractales part 1, y empecé a sonreir. Bastaba de estar triste. Era hora de cambiarse de traje y ponerse el de todos los días. De nuevo.