Y llegas a una edad en la que te planteas que lo que eres, se lo
debes a personas que te han ido marcando la vida, las directrices, las
cicatrices, las pautas para encontrar la felicidad. A todos estos, y a
los que seguro que me dejo atrás, multitud de gracias.
Al
lechero, por no dejar de contarme el cuento una y otra vez. Por
permitirme soñar, romper en añicos la jarra y darme dinero para que me
compre otra.
A Lost in Translation, por
enseñarme la soledad de la lejanía. Por enseñarme que en cualquier sitio
hay una historia bella y una persona maravillosa por descubrir.
A la estrella, cuando le dijo al valle que quien era aquel tío que le estaba alegrando la noche y que le encantaba.
A
Bele y melli en la biblioteca, cuando yo iba camino de aflamencar el
edén, cuando hablaron de lo bonito que era tener alguien que preparaba
un montón de planes a cada cual más loco.
A las noches de sábado de cine en la 2 bajo la luz que proyectaba la tele sobre aquellas 3 sillas.
A Puyol, porque aprendí que la excesiva cercanía y el roce a 5 centímetros pueden ser desagradables.
A mi padre, por obligarme a aprenderme aquel álbum de fotos de 109 animales con 3 años.
A la Piquer, cuando me recordó todo lo que me importaba aquella gente en aquel sitio.
Al negro fuerte y sus bailes y sus cantos alegres de no hay mañana. Su energía.
A Mogwai, por hacerme ver que 2 rights make 1 wrong, y que lo importante es sentir y sumar.
Al indio, por las noches que hemos descubierto juntos, la falta de alcohol y la ebriedad. Por su sonrisa perenne en la cara.
A Vicky, a Cristina y a Barcelona.
Al Edén, porque cometió el error de enseñarme a mirar a los ojos, y construyó mi mirada letal. Y al final creó el monstruo.
A Perrine, cuando me miró de aquella forma cuando yo necesitaba que me mirasen así, y me dijo que me comprase aquellas gafas.
A Sawyer, por saber marcar las distancias de esa forma, mirar de esa forma, pelearse de esa forma, responder de esa forma.
A la expanadera, por aquella insistencia en que se me notaba a la legua que era demasiado listo, quizá más de la cuenta.
A Miguel Bosé, por mantenerse alejado de aquellas mujeres.
A
snak, por esas miradas de suficiencia, por ese colmillo sobre el labio,
por ese porte, por su soledad y por su apariencia de todo me da igual
detrás de un alma de perro dolido.
A Polonia, por
escribir en mi honor un manual para los raros, y por ser la mayor fan
del mundo de la película Una mente preciosa.
A winnie
de pooh, la peluquera y mi rubia, por aquella tarde de la piscina del
pueblo, porque las comparaciones no siempre son tan odiosas como los
faltos de autoestima dicen.
A la cara de sueño que
tenía mi madre aquellos días infinitos a las 7 de la mañana mientras
ponía en marcha el fuego de otras 7 personas en una casa repartiendo el suyo sin quejarse lo más
mínimo.