martes, 11 de mayo de 2010

La soledad de los números primos

Mattia tenía razón; uno tras otro, los días se habían deslizado sobre la piel como un disolvente, llevándose cada uno una finísima capa de pigmento del tatuaje de Alice y de los recuerdos de ambos. Los contornos, igual que las circunstancias, seguían allí, negros y bien perfilados, pero los colores se habían mezclado y desvaído hasta acabar fundidos en un tono mate y uniforme, en una neutral ausencia de significado.



Y se preguntó qué temía más, si perderlo a él o perder todas aquellas cosas: las cortinas, los cuadros, la alfombra, toda la seguridad bien doblada en los cajones.