miércoles, 26 de septiembre de 2012

Otoño 2012

Se fueron los días de verano, de la escapada semanal a las playas desnudas, de las siestas vespertinas y los jaleos noctámbulos. Aplicando lo de no hay bien que por bien no venga, recién ha aterrizado el otoño, la estación magnífica, y todo lo que ello conlleva: me encanta mantener mis manías y rituales.


-Tés, de todo tipo, a media mañana, tras almorzar, en la Cacharrería.

- Incienso, una vez al día. Recién comprado de Vietnam, dota a la habitación de un aroma único, mezcla de papel usado, canela, pelos de Viejuno y pensamientos impuros.

- Idas semanales a Venecia, redescubriendo nuevos locales.

- Cenas en casa, con Billie, con Nina, con Eli Paperboy, con Keb’Mo’ y demás bluseros y jazzeros que ayudan a la preparación. Cine en V.O. tras los suculentos manjares arropados por el calor de la lumbre y el ronroneo de Vieju en las pantorrillas.









- El abrigo que sientes al ponerte una manga larga y salir a la calle bajo el cielo gris.

- Pasear por el centro, deteniéndote en lugares nuevos, observando lo que acontece. Buscar tu mano.

- Echar los euromillones una vez a la semana buscando una suerte completa.

- Comprar plantas, regalar libros, prestar música.

- Volver a escribir.

- Ser feliz. Hacer feliz.

Y hoy ha empezado por fin a llover. Es hora de mojar los pensamientos y limpiar las pamplinas del alma. Es hora de alimentar lo que realmente importa.