No tengo ganas. Ni ganas de incluir eventos para hacer la agenda. Ni ganas de leer libros que podrían ser interesantes. Ni de escribir emails a personas importantes. Ni de escribir, al fin y al cabo, en el blog, meta física de la mayoría de mis neuras y replanteamientos.
Sin ganas.
Y, como las veces que me ha ocurrido esto alguna vez, sé perfectamente a qué se debe, aunque me empeñe en negarlo.