Esperó.
Esperó a que todos se uniesen. Esperó a que la guapa viniese del frío norte, que formásemos de nuevo el círculo perfecto, como siempre nos había visto. Aguantó como una jabata pese a las caídas y las parálisis hasta que estuviésemos todos frente a ella.
Y entonces se fue corriendo, sin hacer ruido, como siempre. Y sonrió en paz.