viernes, 22 de marzo de 2013

Noches eternas

Tras salir de aquel bar, mi colega había quedado prendado de la camarera que nos había estado sirviendo. Su cuerpo pequeño y manejable, con ese intenso color rojo que desprendía su rizado cabello, le había gustado desde el principio, y su atracción no hizo más que aumentar al percibir la actitud alegre con la que nos servía y su disponibilidad para cualquier duda que tuviéramos leyendo el extraño menú del lugar.

En el mismo momento en el que cruzamos la puerta y entramos en contacto con la brisa nocturna, nos miramos y supimos que debíamos idear un plan para invitarla a una cita de forma que no pudiera rechazarnos. Lo poco que sabíamos de ella nos sobraba para disponernos a ello, y el primer requisito era actuar con la mayor celeridad posible, pues a las pocas horas se olvidaría de todos los clientes que había tenido aquella noche.

Afortunadamente, jamás salíamos de casa sin contemplar la posibilidad de que tuviésemos que deslumbar a una bella dama, y llevábamos nuestro equipamiento necesario, que en este caso sería tremendamente sencillo. En primer lugar, sacamos nuestra estilográfica y, con una bella caligrafía, escribimos en una tarjeta unas frases cortas para que ella no pudiera dejar de sonreír y se sintiera halagada. Era primordial conseguir una pizca de misterio, ya que se notaba que era una chica que adoraba las sorpresas y que estaría dispuesta a seguirnos el juego. En concreto, la tarjeta decía lo siguiente:

"La comida exquisita, pero el servicio lo superaba. Me has dejado sorprendido, y quiero devolverte el favor. Te dejo la llave de la taquilla 21 del gimnasio 24 horas frente a la estación de autobuses. Tienes hasta las 5am para descubrir qué hay dentro.
El moreno de la mesa 10".

Metimos dicha tarjeta en un sobre del mismo tamaño, introdujimos la llave, y fuimos en busca de un cómplice. Necesitábamos a alguien que le diera confianza y contara con entusiasmo nuestra historia. Sin duda alguna, buscábamos a una abuelita entrañable, y tuvimos la mayor de las suertes cuando la vimos rondar por donde estábamos. Mi colega la embaucó, le pidió que le diera la tarjeta a la camarera y ella aceptó encantada. Incluso le deseó mucha suerte. Esperamos a que la mujer entrara en el bar, cogimos nuestras bicis y nos dirigimos a la estación de autobuses, pasando antes por casa de mi colega para coger dos elementos indispensables.

Una vez llegamos al gimnasio, abrimos la taquilla y dejamos en ella tan solo tres pequeños elementos, uno encima del otro, para que los viera en el orden preciso. En primer lugar, y debido a que mencionó que iría a la cocina a por nuestro pedido "siguiendo el camino de baldosas amarillas", le dejamos una antiquísima edición de "Alice In Wonderland", por supuesto en versión original. Bajo el libro, y debido a su colgante de una mano de fátima y su tatuaje de henna en el tobillo derecho, dejamos una caja de dulces árabes, que forzosamente tendría que gustarles. Y, bajo ella, otra tarjeta, exactamente igual que la primera, en la que ponía simplemente: "Dime que he acertado", junto al número de móvil de mi colega.

Tras avisar a la recepcionista del gimnasio de lo que estaba a punto de pasar, dejé a mi colega en el bar más cercano y yo me fui a descansar.

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