martes, 3 de mayo de 2011

Bueyes sueltos y demás abuelas

En una conversación, uno no puede proclamarse interesante, aunque lo sea. Rápidamente se le tilda de egocéntrico y narcisista, de falta de abuelas.

Lo cierto es que tengo dos que me quieren bastante, y aunque es obvio que mi abuela M. me idolatra, y, sin duda, soy su nieto favorito (mis hermanos están de acuerdo), hoy es mi abuela C. quien ocupa el lugar de coloquio.

C. vivió (y creo que aún vive) otros tiempos y por ello no comprende la vida moderna. Está alejada de ruidos mundanos, odia viajar y sufre si yo lo hago, siempre ve que 2+2 sean 4... En resumidas cuentas es una completa antítesis de mi forma de ver las cosas; eso es lo que precisamente hace que me guste cada vez que voy al poblado irme a su casa, sentarme en su mesa junto al brasero, y poner sobre el tapete tortuosos temas de la actualidad personal. Tras tocar varios palos, llegó el tema de las relaciones afectivas, y fue entonces cuando me obsequió (una sorpresa total por mi parte) con una frase simpática, didáctica, y cotidiana:

- El buey suelto se lame solo.

Letal.

Tras unos minutos, bajé junto a mi madre por el ascensor y salimos a la calle. Mi abuela, con su pelo negro y su moño folklórico nos despedía desde el balcón. Nos fue diciendo adiós todo el camino hasta doblar la esquina. Y como siempre hago, justo antes de doblarla, giro la cabeza para verla una última vez; allí sigue desde su balcón, majestuosa, impasible al paso del tiempo, radiante, sencilla a la par que magnífica, son su brazo todavía moviéndose al son del adiós, sonriendo hasta la próxima.

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