11 aviones en 38 días. 10 ciudades. No saber dónde te levantas, ni para qué durante segundos. Ducharte solo. Comer solo. Dormir solo. He estado tan solo, que hasta la he echado de menos.
Hace poco, en un viaje, con el coche por un pueblo perdido, caí en la cuenta que nadie en ese momento sabía que estaba allí. Si me ocurría algo en ese momento nadie podría socorrerme, ni saber mis pasos, ni ubicarme, ni dar pistas. Echaba de menos el poder avisar a alguien qué iba a hacer durante esa tarde.
Así que un poco más tarde he adquirido una costumbre, estar más cerca de la gente que quiero. En cualquier ciudad en la que estoy, siempre mando 3 postales a la gente que es fundamental en mi vida. Mis progenitores, Iker, Edu. Me gusta la idea de que crezcan con mis andanzas.
Aunque a ella sí que la echo de menos. Mucho más. Hace unos días, el hombre de hielo tuvo una fisura, se resquebrajó, e incluso sintió el fuego. Así que, aunque era una paliza más, era necesario hacerlo. El último de los viajes en un mes. Unos kilómetros más. Puestos a rizar el rizo, quise sentir mucho más: era necesario pensar en tiempos bonitos, en sacrificios que hizo, en como supo sobreponerse a la adversidad.
Tenía claro que si ponía una de esas dos canciones en el coche terminaría derramando lágrimas. Pero.. quería hacerlo. Quería llorar, me pedía el cuerpo ser feliz. Puse el disco Mayo’09, el que contiene ambas dos canciones (es curioso como en los discos se guardan estados de ánimo; mayo es totalemente sensorial, abril es muy cañero, fiestero, y septiembre es asquerosamente melancólico). Y, desde el momento que sonó (no tuve ni que esperar al minuto tres (el momento culmen))...
Lloré.
Sonreír llorando de felicidad es una de las mayores experiencias satisfactorias posibles.
Aunque lo mejor estaba por llegar. 48 minutos más tarde, cuando mi madre me abrazó y me llenó de vida, el mundo restante me importaba una mierda.
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1 comentario:
=)
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