Escribe en todo momento, en cualquier parte: En el cuarto de baño, en la cocina, en la nevera de la cocina, en tu espalda, en el anverso de una factura (con IVA), en el reverso de un recibo (sin IVA), en el pupitre de tu infancia, en tu lápida futura, en el cielo, en la tierra, en los charcos del asfalto y en las nubes, con el dedo.
Escribe sobre la puta boca de algunos, en la fachada de la casa de la chica que pretendes, en los márgenes de un libro, en la doble hoja del papel higiénico, en el lomo de un Ñú, en un folio arrugado, en un papel de fumar, en las páginas salmón del periódico, en la frente de un ciego, en las mangas de tu camisa, en la pierna ortopédica de tu vecina de arriba, en las sábanas blancas que cubren tus sueños, en la bolsa escrotal del ahorcado.
Escribe cuando necesites hacerlo aunque sea en tu mismo taxi, aunque el cliente no entienda por qué has parado en el arcén de la autopista A-5, aunque luego intente agredirte, aunque llame a la policía por no haberle prestado el servicio preciso, aunque llegue la policía y te lleve esposado, aunque acabes durmiendo en un calabozo: Pídele un boli al guarda o al asesino múltiple que comparte celda contigo y escribe en el colchón siguiendo la línea del orín seco. Y si te llama el juez a declarar, arranca el colchón a sus liendres asido y jura sobre él, y enséñale lo escrito, aunque no lo lea o lo lea y no le guste, aunque no lo entienda, aunque te condene a tres años y un día, no importa. Lo has escrito tú, es tuyo. Que le jodan.
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