Amo el pórtico del palacio donde vives, el estrépito de tus esclavos que baten manteca, las voces de los mercaderes que pesan el aceite. Infatigablemente codicio tu presencia. Algunos te comparan a una pantera agazapada sobre el lomo de un elefante. Yo digo que nuestro señor te ha tallado en mármol de plata. A veces estás tan distante de nosotros como una estrella velada por nubes de azafrán. Otras, tan cerca que uno huele el perfume que gotea sobre las manzanas de tus senos.
Te detesto y te deseo. Cuando mi camello, a través de neblinas de arena, avanza hacia las murallas de las ciudades desconocidas, yo no pienso en las túnicas de seda que tengo que mercar, ni en las perlas que llenan mis borceguíes, ni en el polvo de oro que se filtra por las costuras de mis pellejos, pero sí me acuerdo de la jugosa llaga de tu boca y de la ambrosía que he bebido de tus manos.
La fiesta del hierro - Roberto Arlt
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