miércoles, 23 de diciembre de 2009

La mirada navideña

Siempre recordaré el día deayer por una mirada que me atravesó los nervios ópticos y me llegó directamente a la médula ósea.

La mirada de Ella.

Llevaba el pelo muy corto, de color negro azabache. Vestía de rojo, un bonito traje, muy sugerente, a lo kimono japonés. Caminaba delante de mí. Contoneaba las caderas grácilmente. Iba escuchando música en unos auriculares azules y menudos. Oteaba todos los escaparates, hasta que justo uno llamó su atención, el de una tienda de bebés. Se paró, se giró, y su volumen aumentó. Estaba embarazada.

Tras unos breves segundos en los que soy incapaz de decidir si seguí andando o me quedé allí pasmado como un imbécil, embelesado ante semejante mujer, ella levantó la mirada y me clavó los dos focos. Sin dejar de tararear lo que supongo que era la melodía de la canción que escuchaba, pausadamente empezó a sonreír. Entonces hizo algo que nunca olvidaré. Se tocó la barriga muy despacio, como regodeándose. Y dejó de mirarme a mí para mirar hacia abajo, a su propio futuro.

Luego me miró de nuevo, más sonriente que antes, y siguió su andadura, más altiva y segura que nunca, mientras se abría camino entre la multitud de una forma más impactante que Moisés abriendo las aguas.

Ayer supe realmente, después de 500 anuncios estúpidos en todos los medios de comunicación, qué es la Navidad.


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