Hacía un año y medio que no veía a un chico tan cerca de mí llorar.
Viernes noche, casi llegando a mi hogar, una pareja, discutiendo en la puerta, en la cancela. Se dieron un par de empujones, sobre todo ella, él solo le decía que lo dejara en paz de una vez. Ella insistía diciéndole no se qué, yo no podía entenderlo. Yo estaba ensimismado en él, en cómo la rozaba, en cómo la quería y la odiaba en la misma mirada, cómo quería cogerla y decirle que era la mujer de su vida, mientras que por su boca solo salían las palabras contrarias: No lo hagas, no lo hagas…
Ella se justificaba, y él amagaba con abrir, pero volvía atrás, impidiéndome el paso a mí a su vez. Fue el medio minuto más incómodo desde hacía varios meses.
- Esta vez es la última, de verdad – dijo.
Y abrió, como una exhalación, y saltó los escalones de tres en tres, perdiéndose el llanto amargo, y yo pensando que iba a pasar la peor noche de su vida. Como otras tantas pasadas, y como otras irremediablemente venideras.
Qué estúpido es el ser humano.
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