miércoles, 7 de octubre de 2009

Mi rincón de imperfección

Llevo meses leyendo en la sombra a La Aspirante.

Es un blog que fundamentalmente trata de relaciones. De amor, vamos. No sé si la protagonista narra en primera persona, pero sin duda te transmite y hace que te metas en su piel. Me encantó la historia de la depresión, de hecho, me angustió; no tanto el recuento del uno al quince, demasiado flagelante,.. muchos otros, no voy a comentarlos todos, en cambio os animo a que os paséis por su blog. El que he leído hoy me gusta mucho, así que lo dejo más abajo, por si alguien es tan lacio como para no optar a disfrutar de la lectura a un simple golpe de ratón.


Entro en el bar y lo veo sentado, esperándome. Un escalofrío recorre mi columna vertebral. Me acerco despacio, memorizando su rostro una vez más. Hay que ver lo que me gusta mirar a este chico, de verdad.

- Hola - saluda cuando llego hasta él, y señala la silla frente a la suya.

Me siento y no le devuelvo el saludo. No quiero hablar. No estoy enfadada ni nada parecido, pero no me apetece mantener una conversación. Simplemente me quedo allí, sentada, observándole.

Al cabo de treinta segundos me doy cuenta de que lo estoy poniendo nervioso. ¿Por qué? ¿Mi mirada fija le molesta? ¿O será mi silencio?

- ¿Pasa algo? - pregunta, entrelazando sus dedos con los míos sobre la mesa.

Niego con la cabeza, pero sigo sin hablar. Él se relaja un poco y se dedica a mirar a otra parte.

Fíjate, con la de veces que me ha dicho él que se ha imaginado esta escena. Y yo sin enterarme.

Resulta que llevaba meses deseando que me fijase en él y yo, pobre de mí, no me daba ni cuenta de que estaba ahí. Y ahora, sencillamente, no me puedo imaginar un día sin él.

No se rindió, siguió esperando, día tras día, mes tras mes, sembrando su semilla en mí sin que me percatara, hasta que creció una planta. No una flor bonita y delicada, sino un roble enorme, fuerte y con unas raíces de varios metros de profundidad. Hermoso cuanto menos.

De pronto, siento una necesidad imperiosa de estar a solas con él.

- Vámonos - digo, levantándome de la silla y tirando de su mano.
- ¿A dónde? - pregunta, confuso por mi arrebato.
- A algún lugar donde pueda agradecerte el haber estado esperándome.

Y, sin más explicaciones, salimos del bar.

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