¿Recuerdas la parábola de la ciega y un mudo? La idea se me ocurrió hace mucho tiempo, un día de esos de desconcierto. Yo soy la ciega, claro, no veo lo que hay más allá, no sé qué pensar ni qué esperar, no sé lo que estoy haciendo bien o mal, no distingo lo real de lo que no lo es. En algún punto me he perdido.
En el otro rincón hay mudo que tira piedras: la poesía y la música son muy bonitas, aunque cada uno las interpreta como quiere. Con las piedras la ciega se desconcierta, el sonido la desorienta; el mudo sólo consigue que se asuste y se ponga nerviosa. ¿Cómo la salvamos, entonces?
Tengo que trabajar mi enojo, dejar salir al león y apartar al ratón, pero va a resultar que no es fácil. El mariquita del ratón miedica se aferra con uñas y dientes (dientes de ratona, claro) y tengo miedo; el desconocimiento genera miedo. Estar ciega, no saber hacia dónde voy, me da miedo.
Y resulta que el que puede dirigirme está mudo...
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