Se fueron los días de verano, de la escapada semanal a las playas desnudas, de las siestas vespertinas y los jaleos noctámbulos. Aplicando lo de no hay bien que por bien no venga, recién ha aterrizado el otoño, la estación magnífica, y todo lo que ello conlleva: me encanta mantener mis manías y rituales.
-Tés, de todo tipo, a media mañana, tras almorzar, en la Cacharrería.
- Incienso, una vez al día. Recién comprado de Vietnam, dota a la habitación de un aroma único, mezcla de papel usado, canela, pelos de Viejuno y pensamientos impuros.
- Idas semanales a Venecia, redescubriendo nuevos locales.
- Cenas en casa, con Billie, con Nina, con Eli Paperboy, con Keb’Mo’ y demás bluseros y jazzeros que ayudan a la preparación. Cine en V.O. tras los suculentos manjares arropados por el calor de la lumbre y el ronroneo de Vieju en las pantorrillas.
- El abrigo que sientes al ponerte una manga larga y salir a la calle bajo el cielo gris.
- Pasear por el centro, deteniéndote en lugares nuevos, observando lo que acontece. Buscar tu mano.
- Echar los euromillones una vez a la semana buscando una suerte completa.