miércoles, 22 de septiembre de 2010

Escort exótico

Azahara siempre me lo dice: en Sudamérica eres tremendamente exótico.

Nada más lejos de la realidad. Me vanaglorio de ser uno de los más altos de la calle, puedo ver sin apenas alzarme, soy el más blanco, soy un imán visual. Les sorprenden mis palabras, el tono que uso, la cadencia; mi mirada, mi forma de caminar.

Aprovecho en cada ocasión esa coyuntura. Cada vez que vengo por aquí me prostituyo y me gano un dinero extra. Las mujeres se sienten muy atraídas por mi piel pálida y mis rasgos distintos. Noto como me miran, no siempre a los ojos.

Anoche una señora de 46 años, morena y menuda, alquiló mi cuerpo para su usufructo. Lo curioso es que fue ella quien me colmó de caricias y de besos blandos mientras sonaba en su tocadiscos el ajado Charles Trenet y su Que reste t il de nos amours. Me desnudó despacio, se quedó mirando mis músculos marcados (estar delgado tenía que tener algo bueno), sugirió que nos tumbásemos, y mientras me tocaba con sus manos inexpertas la espalda, las nalgas, y finalmente los muslos y los gemelos, me contaba sobre sus raíces, cómo sus ancestros la habían criado de forma austera, y sus sueños rotos ya inalcanzables.

- Eres tremendamente entretenido de tocar. Eres taaaaan largo. Del cuello al pie me duras toda una historia – me dijo.

Sonreí, con esa sonrisa secreta que me enseñaron una vez, con esa sonrisa que enamora. Pensé entonces que me pagaban por algo más que por asentir y sonreír, así que hice mi trabajo tan bien como sé. Tras el orgasmo y a medida que el sudor remitía la abracé, y noté más que nunca su piel seca, sus pequeñas arrugas, sus caderas anchas y huesudas, sus pechos caídos, su respiración lenta. Cuando se quedó dormida, aproveché para meterme en la ducha y vestirme antes de que ella despertase.


Salí al balcón de la sala de estar con mi sudadera verde de la capucha y mis vaqueros claros. Encendí un cigarrillo y aspiré el aroma putrefacto de la ciudad. Estaba agotado de estos vaivenes mundanos. Di otra calada mientras encendía mi iPod, reproducía Temper Trap - Soldier on y mis ojos escudriñaban todos los edificios de la manzana opuesta con violencia. Las cenizas caían edificio abajo, el cigarro se derrumbaba, y no era lo único. Conjeturaba acerca de mis siguientes pasos. Seguí pensando dos canciones más, tomé una decisión y entonces salí de la habitación de forma suave, casi de puntillas, sin dar portazo. A lo ninja. Me sentía extraño en ese espacio, ya no me ubicaba. Yo nunca estuve allí.

No le cobré.


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