Mi imán con la locura se ve que está magnetizado a tope. De 300 plazas del avión, justo lo tenía sentado al lado. Fue un poco antipático al principio, pero luego se mostró afable, interesado en lo que haría en Río, y me dio algunas directrices de lo que ver, como actuar con las chicas, donde invertir el dinero y qué gastronomía no perderme. Es curioso, cuando hablaba español (vivió en Argentina un año) era el más correcto de los señores heterosexuales, pero cuando hablaba en portugués (con otros compañeros de avión) su tono se volvía chillón y tenía unas maneras y unos gestos muy femeninos. Muy.
Como diría Tyler Durden, una de las raciones individuales de personas de lo más interesante.
El doble de Lenny me dijo que yo tenía un aspecto de argentino que echaba para atrás. No fue el único. Antes de que pasase un día en Río, ya me lo habían dicho 2 personas más, el taxista, y la recepcionista del hotel.
Me tuve que hacer una foto nada más llegar. Quería saber como luce un argentino.
Mi viaje desde Río prometía aún más. Antes de salir, en el aeropuerto, con 3 horas por delante, conocí a Avivit, una israelí guapísima que se parecía a Noa; hablamos bastante (me vino bien, tenía el inglés oxidado), me contó su aventura sudamericana y como conoció a su actual novio en Buenos Aires, y quedamos en tomar algo y hablar a la llegada a Madrid. Aunque lo mejor estaba por llegar. Un señor de unos 50 años, delgado, calvete, doble de Forges se me sentaba al lado en el avión después de mirarme 10 seg sin decir ni mú y ser yo quien le decía si quería pasar (él tenía ventanilla).
Me dijo que se llamaba Juan, que trabajaba como profesor de física en un instituto, pero que había hecho medicina, y que le encantaba viajar. No sé por qué extraño motivo se conocía a toda la tripulación, cosa que me turbaba. De hecho, el señor azafato1 me saludó a mí también al saludarlo, me dijo que (yo) le había caído bien y me ofreció un menú especial.
Juan era extremadamente raro. Tenía muchos tics, casi nunca se enteraba a la primera de lo que le decía, y lo hacía todo de forma rápida y mecánica. Estaba totalmente espídico. Sus miradas con el azafato1 me resultaban de lo más curiosas. Había un deje de picardía en el ambiente.
Juan no solo fue, creo, la mejor ración individual que he tenido hasta ahora, sino, quien me lo iba a decir, sería el que prácticamente me iba a salvar la vida alguna hora más tarde…
(continuará)