Las angustias de Pi y Requiem for a dream, la crudeza y emoción visceral de The Wrestler, y, sobre todo, el descoloque, el cariño y la valentía ante los obstáculos de The fountain (de la que ya hablé) quedan condensadas e integradas en esta nueva obra. En 3 minutos puedes pasar de estar embelesado ante la belleza de Natalie Portman, a sentir una punzada de asco, a la grima más extrema (quién no lo sintió cuando se quita el padrastro), a la tensión violenta, a la expectativa de lo que va a suceder, miedo, e incluso (rizando el rizo - qué cabrón) a la pulsión sexual (el cunnilingus de la desconocida Mila Kunis a Natalie es provocador; mi escena favorita habría sido la (auto) masturbación en la cama de no aparecer la madre en escena – como de la calentura se pasa a la risa en un segundo).
De antemano me la habían recomendado personalmente, y sabía que adoraría la película. Mi fascinación por Jekyll y Hyde se pone de manifiesto en la contrariedad que personifican ambos cisnes en un mismo cuerpo.
La elección de secundarios es más que acertada. La madre de Nina, el director del ballet, Thomas – Vicent Cassel, las bailarinas restantes..) están a la altura de la tragedia que se avecina (¿tragedia?). Clint Mansell, un incombustible para Aronofsky (el corte de The Fountain eriza los pelos hasta a un calvo) colabora lo suyo con una BSO a reescuchar.
Todos estos ingredientes creo que no aderezarían la obra sin Natalie Portman. Se nota que se sacrificó muchísimo por el personaje (ha adelgazado, ha tenido que entrenar muchísimo). La dulce princesita blanca (con una voz (la vi en VOS en el Avenida) que es para matarla) se metamorfosea en la sensualidad y picardía negra hasta límites obsesivos (ese reflejo en el espejo, que gira dos segundos más tarde que su corpórea figura). Óscar merecido. Yo le habría dado lo que se merece, dos (Óscar, so guarr@s), uno por cada papel.
La paranoia de Nina (el personaje de Portman) crece con su personaje. Su búsqueda continua de la perfección (y, como le dice Thomas: ¿para qué?), la excesiva protección maternal para corregir auto errores pasados, la temeridad ante la aparición de rivales, el juego del director del ballet, la inseguridad en sí misma, hacen que encaje el puzzle de su inestabilidad emocional, hasta llevarla a dar con la locura artística que exige el personaje, y que ella extrapola a su persona.
Magistral la lección de Aronofsky de escondernos el baile del cisne negro hasta la escena final. Brillante interpretación, y, esto parece hasta paradójico que lo diga yo, lo que mola el maquillaje de Nina en esa escena, añade potencia sensorial extra a la musical y artística.
Absolutamente recomendada como plan entre semana. Ahora que lo pienso... curiosa noche para ser miércoles: Cisnes negros, tapas frías, buena compañía... ¿quién da más? Seguro que en casa se me ocurren un par de ideas locas añadidas; 16 marzo, welcome to the agenda.
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