Me acerqué hacia el lavabo, aclaré el translúcido espejo para poder ver mi sonrosada cara, y empecé a lavarme los dientes. Mientras terminaba, descorriste la cortinilla y saliste envuelta en la pública toalla. Te sentaste en una banqueta al lado del w.c. y cogiste la crema corporal con la intención de aplicártela sobre las piernas.
A medida que hacía los últimos gorgoritos y escupía el agua con violencia sobre el lavabo, noté el aleteo de tu mirada posarse sobre mi cuerpo desnudo. Primero en las hendiduras que forman los hombros con los bíceps, luego sobre el torso lampiño, posteriormente, y de forma muy pausada, sobre la cadera y los glúteos, el tatuaje, y finalmente los muslos.
- Me gustas – dijiste.
Mala persona. Me obligaste, al recitar las palabras mágicas, a ser tu esclavo sexual durante el resto del día.
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