Quedar con Atalanta siempre me hace sonreir. Atalanta es una especie de musa que ordena mis ideas, replanifica mis asuntos, y centra mis decisiones. Me da ganas de escribir mucho más.
El modus operandi suele ser bastante estático y agradable. Con la primera cerveza repasamos la actualidad política (brevemente) dado nuestras dos posiciones importantes, para pasar rápidamente al tema sentimental, que discurre entre la segunda cerveza y el primer vino. Pedimos la cena y empezamos con la socialización, con los eventos culturales, con la gente que nos ronda en nuestro quehacer diario. Cae el segundo vino blanco, afrutado.
Normalmente a estas alturas cambiamos de escenario, saltamos del sitio de tapeo al de copas (ayer fue del Ambigú al Eureka). Por el camino rechazamos vicios del pasado, y proponemos hobbies futuros, la mayoría de los cuales son irrealizables.
Aposentamos nuestras posaderas prietas en sillas de diseño, pedimos una caipirinha, y sacamos al estrado al tema laboral. Talentia, funcionarios, extranjero, despliegues.. palabras mayores, el alcohol las ahoga.
Al final, de camino a casa, improvisamos un nuevo tema. En este caso, uno letal: el miedo a la muerte. Ambos dos reconocimos que en la oscuridad de la noche, pensando fríamente que algún día no estaremos sobre el planeta ni llevaremos esta vida intensa, nos llenamos de pavor, y gritamos, pidiendo clemencia.
Estos pasos, estos licores, son cíclicos; es un bucle que repetimos habitualmente. Ayer no fue menos, solo que con un matiz: no cenamos solos los dos. Muchos de nuestros fantasmas estaban a la mesa.
1 comentario:
Ya se sabe que la noche es escenario de aquelarres y exorcismos... Como siempre, el placer es mutuo.
Publicar un comentario